10 minutos.
Blog Roble

“¿Quién inventó las palabras?”, Felipe, 9 años.
“¿Todos vemos igual el color azul?”, Sofía, 10 años.
“¿Las plantas sienten?”, Diego, 7 años
Las preguntas de los niños pueden parecernos divertidas, extravagantes, obvias y en ocasiones hasta imposibles de responder. Tal vez por eso alguna vez te has atrapado respondiendo con un convencido “¡pues claro!”, un contundente “porque así es”, o un descuidado “no creo”, como para salir del paso.
Pero, ¿y si te dijera que las preguntas de los niños tienen un elemento escaso y valiosísimo llamado “asombro”? Los filósofos griegos lo llamaban “thauma” y para Aristóteles era el detonante de la búsqueda de conocimiento.
Para los niños es natural y frecuente maravillarse con lo que encuentran en su entorno. Sin embargo, conforme crecemos nos adaptamos a lo que percibimos cotidianamente; empieza a parecernos normal y hasta común el que, por ejemplo, las palabras existan y las comprendamos, que todos digamos “azul” y pensemos que vemos lo mismo, aunque en realidad no sepamos con certeza cuál es la percepción del otro.
El asombro se vuelve escaso y a veces para tener otra perspectiva de las cosas y para pensar de manera creativa o crítica, debemos esforzarnos muchísimo, incluso tomamos cursos, leemos libros y escuchamos conferencias para salir de nuestra zona de confort, pensar fuera de la caja, ver las cosas de manera diferentes…es decir, ¡asombrarnos!
Y es que el asombro es lo que nos permite ver el mundo con ojos nuevos, como si fuéramos extranjeros en nuestro propio país o, más aún, extraterrestres en nuestro propio planeta. Si me has seguido hasta aquí, te invito a hacer un experimento mental para el que puedes pedir ayuda a tus hijos. Si en algún momento te sientes desorientado, déjate guiar por ellos, conocen mejor y tienen más fresco el camino del asombro.
Cierren un momento sus ojos, imaginen que su nave acaba de llegar al planeta Tierra. Jamás han visto este lugar tan peculiar, no han escuchado sus sonidos u olido sus aromas. Te bajas de tu nave y… (ya pueden abrir sus ojos). ¿Qué ves?, ¿cómo describirías lo que hay a tu alrededor? ¿Qué llama tu atención primero y por qué? Pueden darse un momento para vivir su experiencia.
Lo que acabas de experimentar es el poder del asombro, ese preciado elemento que las preguntas infantiles contienen, y en altas dosis.
Pues bien, la Filosofía para Niños (FpN) es una forma de respetar, honrar y desarrollar esa capacidad que solamente algunos logran mantener intacta hasta que son adultos. Y lo hace, justamente, tomando muy en serio las preguntas que hacen los niños.
Existen varias herramientas y estrategias que FpN implementa. Una de ellas consiste en ayudar a que los niños refinen y clarifiquen los cuestionamientos que ya tienen a través de preguntas guía planteadas por un facilitador o moderador, hasta producir preguntas genuinamente filosóficas. Esta actividad desarrolla el pensamiento crítico en los pequeños y les inculca estándares de calidad para su propio pensar.
En ocasiones, se empieza por presentar estímulos a los niños para que, a partir de ellos, puedan comenzar una indagación. Puede hacerse con un video, una canción, una imagen e incluso una situación de la vida real. A partir de estos motivadores, será el guía (facilitador, maestra o papás) quien hagan una pregunta que detone la curiosidad del niño. Con ello se fomenta su capacidad de investigación.
Sin embargo, la forma más emblemática y completa de la FpN la encontramos en la comunidad de indagación, término acuñado por Matthew Lipman (creador de esta metodología). Consiste en un círculo de diálogo entre pares guiados por un moderador o facilitador, que llevan a cabo una reflexión conjunta a partir de una pregunta o un motivador. Este espacio desarrolla en los niños la capacidad de escucha y diálogo, pero también habilidades como el respeto y la tolerancia, fundamentales para las sociedades democráticas.
A través de todos estos procesos se busca generar en los niños un pensamiento crítico, creativo y cuidadoso. Una aspiración ambiciosa, sí, ¡Sin duda! ¿Será posible? ¡Pues, por supuesto!
Finalmente, se trata de preservar la capacidad de asombro y desarrollar la habilidad de plantear buenas preguntas.
¿Qué tal si a Galileo le hubiera parecido obvio que la Tierra no se movía? ¿O si Copérnico hubiera respondido con un “¡pues claro!” al preguntarse si en verdad era el Sol el que se movía alrededor de la Tierra? ¿Y si Edward Jenner, el inventor de la primera vacuna, hubiera pensado que “así es la viruela” y no hubiera intentado crear una forma de prevenirla. Afortunadamente Galileo, Copérnico y Jenner se asombraron, preguntaron, crearon y transformaron el mundo.
¡Qué gran investigación lingüística se halla detrás de un inocente “¿quién inventó las palabras?”! Y, ¿qué podrá decirnos la neurociencia sobre la manera en la que percibimos el color azul? ¿Qué reflexión biológica y ecológica entraña la pregunta por lo que “sienten” las plantas? Solo honrando el asombro que existe en los cuestionamientos infantiles llegaremos a averiguarlo.
Te invito a tomar muy en serio las preguntas de tus niños, a sorprenderte con ellos y a motivarlos para seguir preguntando. Te comparto algunos materiales para que puedan asombrarse juntos.

Para saber más sobre la Filosofía para Niños: